lunes, 19 de octubre de 2009

el imperio romano

Imperio romano

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Este artículo se refiere al Imperio romano hasta su disolución en Occidente, no a su continuación en Oriente conocida como Imperio bizantino.
Imperivm Romanvm
Imperio romano
Spqrstone.jpg 27 a. C.–476

Flag of Palaeologus Emperor.svg Labarum.svg

Bandera Escudo
Bandera Escudo
Lema nacional: Senatus Populusque Romanus (SPQR)
(latín) El Senado y el pueblo romano
Ubicación de Roma
Capital Roma
41°53′N 12°29′E / 41.883, 12.483
Idioma principal Latín
Otros idiomas Griego
Religión Religión romana (27 a. C.-337)
Cristianismo (337-476)
Gobierno Monarquía
Emperador
27 a. C.-14 César Augusto
475-476 Rómulo Augústulo
Cónsul
27 a. C.-23 a. C. César Augusto
476 Basilisco
Historia
César Augusto es proclamado emperador. 27 a. C.
• Batalla de Actio 2 de septiembre de a.C.
Diocleciano divide la administración imperial entre oeste y este. 1 de mayo de 285
Constantino I declara Constantinopla nueva capital imperial. 11 de mayo de 330
Rómulo Augústulo es depuesto por Odoacro. 476
Superficie
• 117 6,000,000 km2
Población
• 117 est. 88,000,000
Densidad 14,7/km²
Moneda Denario, Sestercio, Sólido bizantino

El Imperio romano fue una etapa de la civilización romana en la Antigüedad clásica caracterizada por una forma de gobierno autocrática. El nacimiento del imperio viene precedido por la expansión de su capital, Roma, que extendió su control en torno al Mar Mediterráneo. Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando, llegando a su máxima extensión durante el reinado de Trajano, abarcando desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sahara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Su superficie máxima estimada sería de unos 6,14 millones de km².

El término es la traducción de la expresión latina Imperium Romanum, que no significa otra cosa que el dominio de Roma sobre dicho territorio. Polibio fue uno de los primeros cronistas en documentar la expansión de Roma aún como República. Durante casi tres siglos antes de César Augusto, Roma había adquirido numerosos dominios en forma de provincias directamente bajo administración senatorial o bajo gestión consular, y también mediante pactos de adhesión como protectorados de estados aliados. Su principal competidora en aquella época fue la ciudad púnica de Cartago cuya expansión rivalizaba con la de Roma y por ello fue la primera gran víctima de la República. Las Guerras Púnicas obligaron a Roma a salir de sus fronteras naturales, la península Itálica, y poco a poco adquirió nuevos dominios que debía administrar, como Sicilia, Cerdeña, Córcega, Hispania, Iliria, etc.

Los dominios de Roma se hicieron tan extensos que pronto fueron difícilmente gobernables por un Senado incapaz de moverse de la capital ni de tomar decisiones con rapidez. Asimismo, un ejército creciente reveló la importancia que tenía poseer la autoridad sobre las tropas, de cara a obtener réditos políticos. Así fue como surgieron personajes ambiciosos cuyo objetivo principal fue el poder. Este fue el caso de Julio César, quien no sólo amplió los dominios de Roma conquistando la Galia, sino que desafió la autoridad del Senado romano.

El Imperio romano como sistema político surgió tras las guerras civiles que siguieron a la muerte de Julio César, en los momentos finales de la República romana. Se alzó como mandatario absoluto en Roma, haciéndose nombrar Dictator (dictador). Tal osadía no agradó a los miembros del Senado romano, que conspiraron contra él asesinándole durante los Idus de marzo en las mismas escalinatas del Senado, restableciendo así la república, pero su retorno sería efímero. El precedente no pasó desapercibido para el joven hijo adoptivo de César, Octavio Augusto, quien sería enviado años más tarde a combatir contra la ambiciosa alianza de Marco Antonio y Cleopatra.

A su regreso victorioso, la implantación del sistema político imperial sobre un imperio territorial que de hecho ya existía, resulta inevitable, aun manteniendo las formas republicanas. Augusto aseguró el poder imperial con importantes reformas y una unidad política y cultural (civilización grecorromana) centrada en los países mediterráneos, que mantendrían su vigencia hasta la llegada de Diocleciano, quien trató de salvar un imperio que caía hacia el abismo. Fue éste último quien, por primera vez, dividió el imperio para facilitar su gestión. El imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones siguiendo el ritmo de guerras civiles, usurpadores y repartos entre herederos al trono hasta que, a la muerte de Teodosio I el Grande, quedó definitivamente dividido.

Finalmente en 476 el hérulo Odoacro depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo. El senado envía las insignias a Constantinopla, la capital de Oriente, formalizándose así la capitulación del imperio de Occidente. El imperio oriental proseguiría varios siglos más bajo el nombre de Imperio Bizantino, hasta que en 1453 Constantinopla cayó bajo el poder otomano.

El legado de Roma fue inmenso, tanto es así que varios fueron los intentos de restauración del imperio, al menos en su denominación. Destaca el intento de Justiniano I, por medio de sus generales Narsés y Belisario, el de Carlomagno así como el del propio Sacro Imperio Romano Germánico, pero ninguno llegó jamás a reunificar todos los territorios del Mediterráneo como una vez lograra la Roma de tiempos clásicos.

Con el colapso del Imperio de Occidente finaliza oficialmente la Edad Antigua dando inicio la Edad Media.

Contenido

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El Alto Imperio [editar]

Artículo principal: Alto Imperio Romano

Augusto (31 a.C.-14) [editar]

Artículo principal: César Augusto
Octaviano, más conocido como Augusto, aprendió de la caída de Julio César y evitó sus errores.

Con la victoria de Octavio sobre Marco Antonio, la República se anexionó de facto las ricas tierras de Egipto, aunque la nueva posesión no fue incluida dentro del sistema regular de gobierno de las provincias, ya que fue convertida en una propiedad personal del emperador, y como tal, legable a sus sucesores. A su regreso a Roma el poder de Octavio es enorme, tanto como lo es la influencia sobre sus legiones.

En el año 27 a. C. se estableció una ficción de normalidad política en Roma, otorgándosele a Augusto, por parte del Senado, el título de Imperator Caesar Augustus (emperador César Augusto). El título de emperador, que significa «vencedor en la batalla» le convertía en comandante de todos los ejércitos. Aseguró su poder manteniendo un frágil equilibrio entre la apariencia republicana y la realidad de una monarquía dinástica con aspecto constitucional (Principado), en cuanto compartía sus funciones con el Senado, pero de hecho el poder del princeps era completo. Por ello, formalmente nunca aceptó el poder absoluto aunque de hecho lo ejerció, asegurando su poder con varios puestos importantes de la república y manteniendo el comando sobre varias legiones. Tras su muerte Octaviano fue consagrado como hijo del Divus (divino) Julio César, lo cual le convertiría, a su muerte, en dios.

En el plano militar Augusto estabilizó las fronteras del Imperio Romano en lo que el consideraba debían ser sus límites máximos de extensión en el norte. El limes Elba-Danubio. Así mismo, finalizó la conquista de Hispania doblegando las últimas tribus del Norte de las montañas cantábricas: cántabros y astures, que permanecían aún al margen del control militar romano. Esta sangrienta lucha final sería conocida como las Guerras Cántabras. Tan difícil fue la tarea que Augusto se trasladó personalmente con toda su corte a la península ibérica estableciendo Tarraco como capital provisional imperial[cita requerida] período éste en el cual la urbe experimentó un gran crecimiento urbanístico. Hacia el 17 a. C. Hispania al completo pasa a dominio romano quedando el territorio organizado en tres provincias: Lusitania, Tarraconensis y Baetica, además de la provincia Transduriana, que organizaba los territorios recién conquistados del Noroeste, y de cuya existencia tenemos noticia por un epígrafe, aparecido en El Bierzo, recientemente descubierto: el Edicto del Bierzo.

En el sur, en Egipto batalló contra las tropas unidas de Marco Antonio y Cleopatra, a las que vencio en la batalla de Actium(14d.c). Mas tarde, la conquista de ls tierra de los Ptolomeo, el general que goberno Egipto cuando murio Alejandro Magno, y cuyo linaje era ostentado por Cleopatra,fue finalizada desde Alejandria hasta casi el desierto.

En el norte Augusto también obtuvo grandes victorias adquiriendo para el Imperio Germania Magna cuyos límites se extendían a lo largo del Río Elba. Pero esta situación no duraría mucho. Augusto confió la dirección de la provincia a un inexperto gobernador Publio Quintilio Varo. Su ineptitud y su poco entendimiento de las culturas locales, nada acostumbradas a plegarse frente a un conquistador incrementaron los recelos de los lugareños. Así fue como el 9 a. C. una rebelión protagonizada por Arminio aniquiló las tres legiones de Varo en una brutal emboscada conocida como la batalla del bosque de Teutoburgo. La reacción romana permitió evacuar no sin problemas el resto cuerpos militares acantonados en Germania. Augusto escandalizado ante el desastre militar exclamaría ¡Quintilio Varo devuélveme mis legiones!. Finalmente y, a pesar de los deseos iniciales de Augusto, las legiones se retiraron a defender el frente del Rin. Así el sistema de limes nórdico se mantendría estable hasta el colapso del Imperio en la menos firme frontera Rin-Danubio. Augusto recomendó a su sucesor Tiberio que no tratara de extender más allá sus fronteras.

La dinastía Julio-Claudia (14-69) [editar]

Artículo principal: Dinastía Julio-Claudia
Árbol genealógico simplificado de los emperadores julio-claudios (la línea discontinua significa adopción como hijo y heredero).
Expansión del Imperio Romano en 218 (rojo), 89 (rosa), 44 a.C. (naranja), 14 (amarillo), y 117 (verde).

Los sucesores de Augusto no demostraron ser especialmente dotados, evidenciando las debilidades de un sistema dinástico hereditario. Tiberio, Calígula y Nerón fueron especialmente despóticos, dejándose llevar incluso por los excesos de locura que pusieron a prueba la fortaleza del sistema consolidado bajo la sabia administración de Octavio.

Tan solo Claudio, emperador después de Calígula, fue la excepción. A pesar de su apariencia torpe, puesto que cojeaba, tenía un tic y era tartamudo, fue uno de los emperadores más competentes que tuvo Roma. Pero a Claudio le vencieron los amores, y todo hace pensar que murió envenenado a manos de su tercera esposa, Agripina quien puso a su hijo Nerón como sucesor. Nerón acabó rebelándose contra la ambición de su propia madre, mandándola matar. Sus locuras terminaron por ser su perdición, por lo que no resulta extraño que en el 68 perdiera el control de varias legiones, y ya sin apoyo alguno y con un Senado deseoso de nombrar a un sustituto, el emperador tuviera que acabar suicidándose.

La dinastía flavia (69-96) [editar]

Artículo principal: Dinastía Flavia
Evolución territorial del Imperio Romano; en la República (rojo), el Imperio (púrpura), el Imperio Occidental (azul) y el Imperio Oriental (amarillo).

El imperio entró en una breve anarquía, en la que en un mismo año (69) hubo cuatro emperadores romanos, conociéndose como el año de los cuatro emperadores. Tuvo que ser un general, Vespasiano, quien pusiera fin al caos. Su mandato se reveló positivo para el Imperio y salvo las rebeliones de Judea y Germania, que aplastó sin miramientos, pocos problemas graves tuvo que afrontar. La sucesión al trono así mismo parecía asegurada dado que tenía dos hijos Tito y Domiciano. Y es que la idea de un sistema imperial dinástico había calado fuerte en la sociedad romana con los Julio-Claudios, aunque hubiera proporcionado emperadores tan nefastos como Calígula o Nerón.

Sin embargo, las nueva línea dinástica no tardó en mostrar sus debilidades. Tito, con una brillante carrera militar en la guerra judía, y convertido en Prefecto del Pretorio por su padre, se enamoró de una princesa judía, que como esposa de emperador era absolutamente inaceptable para Roma y los romanos, y además empezó a manifestar caprichos que conducían a la tiranía. Por su parte, Domiciano, durante la guerra civil del 69, pese a su juventud, había intentado realizar su propia política personal al margen de su padre. Al inicio del reinado de Tito este hubo de enfrentarse a su escasa popularidad hasta la inauguración del Anfiteatro Flavio, el Coliseo. Tito apenas si tuvo tiempo de dejar impronta en el Imperio pues murió poco después dejando como único recuerdo la fastuosa inauguración de los mayores juegos conocidos hasta la fecha en el mayor anfiteatro construido por Roma. A su muerte le sucedió Domiciano quien resultó ser igual o peor que los déspotas que le habían precedido. Sus actuaciones en política exterior fueron desiguales; aplastó a los germanos, pero compró la paz con los dacios; en política interior, acosó al senado, a los cristianos, a su propia familia y acabó comportándose como un tirano paranoico temiendo conspiraciones por todas partes. Incluso se hizo llamar en palacio dominus et deus. De nuevo, el sistema se impuso por encima del tirano que fue asesinado en un complot contra él, en el que la Guardia Pretoriana, nuevamente tuvo un papel principal.

La dinastía antonina (96-192) [editar]

El Imperio Romano en su máxima extensión, durante el reinado de Trajano (hacia el 117)
Artículo principal: Dinastía Antonina

Con la muerte de Domiciano empieza la era más grande del imperio, el mayor periodo de estabilidad política y buena administración como nunca tuvo ni volvería a tener. Por primera vez al Senado Romano se le da la potestad de elegir sucesor y elige a Nerva el año 96.

Se inicia así el periodo de los Emperadores Antoninos conocidos como los cinco emperadores buenos ya que se suceden cinco emperadores consecutivos que resultan muy positivos en el gobierno de las extensas posesiones imperiales, así como en todas las campañas militares en las que participa Roma, resultando siempre triunfante en aplastantes victorias que llevan al Imperio al cenit de su extensión bajo el mandato de Trajano en el 117, el segundo de los cinco emperadores.

Nerva era un anciano perteneciente a la nobleza senatorial italiana y sería el último emperador italiano de familia y de nacimiento. Su mayor mérito fue elegir al mejor sucesor posible, Marco Ulpio Trajano. Trajano era un patricio afincado en la Bética y ascendió al trono en el 98 por recomendación de Nerva. Con él, el Imperio Romano consiguió su mayor extensión con las nuevas adquisiciones de la Dacia, Arabia, Mesopotamia, Asiria y Armenia. El imperio llegó a abarcar desde Gran Bretaña al Desierto del Sahara y desde la Península Ibérica al río Éufrates.

Con los llamados emperadores antoninos se instauró, por vez primera, la tradición de nombrar al sucesor más dotado sin priorizar la razón hereditaria. Adriano fue el afortunado sucesor de Trajano, quien se encargó de consolidar las conquistas de éste renunciando a los ambiciosos planes de conquista de su predecesor. Devolvió Mesopotamia a los partos y afianzó la Dacia y la Britania romanas, en esta última con la construcción del famoso muro de Adriano al que da nombre. Durante el reinado de los antoninos se volvió a tener en cuenta la voz del Senado como en tiempos de Augusto, obedeciendo sus recomendaciones en la mayoría de ocasiones sin que por ello mermase el poder de los emperadores en el desempeño de sus funciones. Bajo los sucesores de Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio, se produjeron ya los primeros ataques importantes sobre las fronteras romanas sobre todo por parte de los germanos, especialmente los cuados y marcomanos (ver Guerras Marcomanas) y los partos. Antonino avanzó varias guarniciones britanas a un nuevo frente en el que edificó el llamado Muro de Antonino esperando que los caledonios y pictos atrapados entre los dos muros aceptaran, poco a poco, romanizarse. Pero los pictos no dejaron de acosar a las guarniciones romanas, por lo que a la llegada de Marco Aurelio al trono se procedió al repliegue de todas las guarniciones hasta la más estable y segura frontera del muro de Adriano.

Durante esta época se producen también los primeros y únicos contactos directos entre Roma y China con el envío de una embajada romana a oriente a la que hacen referencia las crónicas chinas de la dinastía Han. El creciente contacto entre el lejano oriente y occidente, ya sea a través de la ruta de la seda o de las tribus de las estepas, facilita también el transporte de nuevas enfermedades que pronto empezarán a suponer un problema para Roma. Entre el 168 y el 180 la peste antonina azotará el Imperio con virulencia llegando a provocar en Roma picos de mortalidad de hasta 2.000 defunciones diarias. El propio Marco Aurelio perecerá finalmente víctima de la propia peste en medio de su campaña del Danubio contra los Marcomanos.

Por alguna razón que se desconoce, el emperador filósofo Marco Aurelio rompió la sabia tradición instaurada con Nerva y dio la sucesión a su propio hijo, Cómodo, esperando que este concluyera su ambiciosa operación de castigo con la que pretendía incorporar dos nuevas provincias al imperio, Marcomania y Sarmatia. Pero Cómodo, muy al contrario, ofreció rápidamente la paz a los germanos, quienes la aceptaron enseguida. Las fuerzas bárbaras estaban prácticamente agotadas por la presión romana, que los estaba llevando hasta el límite. Este fue un balón de oxígeno que años más tarde se revelaría como un grave error estratégico, habiéndose echado a perder una nueva oportunidad para acabar totalmente con la amenaza germana. Las Guerras Marcomanas finalizan pues abruptamente con la muerte de Marco Aurelio, no sin mostrar ante los bárbaros el mayor despliegue bélico y el mayor contingente militar listo para el combate desde tiempos de Augusto. Los germanos tardarían mucho tiempo en recuperarse y en volverse a desafiar a Roma.

Los emperadores antoninos que le precedieron no tuvieron nunca un sucesor directo disponible por lo que siempre se vieron obligados a adoptar a alguien para asegurar la estabilidad imperial tras su muerte. A pesar de todo siempre trataron de guardar el poder entre miembros de su familia o cercanos a ella siempre que fue posible.

Cómodo (180-192), de quien los historiadores dan un imagen de tirano y poco competente, se revela como nefasto y despreocupado de los problemas del pueblo y de las fronteras, ocupándose más por divertirse con los juegos, orgías y todo tipo de pasatiempos bélicos y obscenos. La situación de dejadez imperial agrava el malestar en la corte hasta que el emperador es finalmente asesinado.

La dinastía Severiana (193-235) [editar]

Artículo principal: Dinastía de los Severos

Tras un breve periodo anárquico Septimio Severo, militar no perteneciente a la aristocracia romana, consigue establecer una nueva dinastía el año 193. Alejandro Severo es el último emperador de esta línea hereditaria, dando paso a la tercera anarquía (la primera fue el año de los cuatro emperadores y la segunda la que precedió a los Severos). A partir de ahora se suceden en el trono varios emperadores que llegan al poder gracias a haber subido en el escalafón militar por méritos sin ser necesariamente de procedencia noble. El primer emperador de esta nueva era es Maximino el Tracio, hijo de campesinos y procedente de una zona de la actual Bulgaria.

Crisis del siglo III (235-284) [editar]

Artículo principal: Crisis del siglo III

Tras el asesinato de Alejandro Severo, por sus tropas en el año 235, se inició una etapa de crisis.

Tanto en Italia como en las provincias irán surgiendo poderes efímeros sin fundamento legal, mientras que la vida económica se verá marcada por la incertidumbre de la producción, la dificultad de los transportes, la ruina de la moneda, etc.

El Bajo Imperio (284-395) [editar]

Artículo principal: Bajo Imperio Romano

Diocleciano y la tetrarquía (284-395) [editar]

Artículo principal: Diocleciano
Artículo principal: Tetrarquía

La dinastía constantiniana (305-363) [editar]

Artículo principal: Dinastía constantiniana

La dinastía valentiniana (364-395) [editar]

Artículo principal: Dinastía valentiniana
Artículo principal: Dinastía teodosiana

La división del Imperio (395-476/1453) [editar]

El fin del Imperio romano de Occidente (395-476) [editar]

Artículo principal: Imperio Romano de Occidente
Artículo principal: Decadencia del Imperio Romano

A principio del siglo V, las tribus germánicas, empujadas hacia el Oeste por la presión de los pueblos hunos, procedentes de las estepas asiáticas, penetraron en el Imperio Romano. Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen y el ejército no pudo impedir que Roma fuese saqueada por visigodos y vándalos. Cada uno de estos pueblos se instaló en una región del imperio, donde fundaron reinos independientes. Uno de los más importantes fue el que derivaría a la postre en el Sacro Imperio Romano Germánico.

Sólido bizantino de Odoacro en nombre del Zenón

El emperador de Roma ya no controlaba el Imperio, de tal manera que en el año 476, un jefe bárbaro, Odoacro, destituyó a Rómulo Augústulo, un niño de 15 años que fue el último emperador Romano de Occidente y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente.

Supervivencia del Imperio romano de Oriente (395-1453) [editar]

Artículo principal: Imperio bizantino

El Imperio restaurado: el Sacro Imperio Romano (800-1806) [editar]

Artículo principal: Imperio Carolingio
Artículo principal: Sacro Imperio Romano

Arquitectura [editar]

Las ciudades romanas eran el centro de la cultura, la política y la economía de la época. Base del sistema judicial, administrativo y fiscal eran también muy importantes para el comercio y a su vez albergaban diferentes acontecimientos culturales. Es importante destacar que Roma fue, a diferencia de otros, un imperio fundamentalmente urbano.

Las ciudades romanas estaban comunicadas por amplias calzadas que permitían el rápido desplazamiento de los ejércitos y las caravanas de mercaderes, así como los correos. Las ciudades nuevas se fundaban partiendo siempre de una estructura básica de red ortogonal con dos calles principales, el cardo y el decumano que se cruzaban en el centro económico y social de la ciudad, el foro alrededor del cual se erigían templos, monumentos y edificios públicos. También en él se disponían la mayoría de las tiendas y puestos comerciales convirtiendo el foro en punto de paso obligado para todo aquel que visitase la ciudad. Así mismo un cuidado sistema de alcantarillado garantizaba una buena salubridad e higiene de la ciudad romana.

Curiosamente, este riguroso ordenamiento urbanístico, ejemplo del orden romano, nunca se aplicó en la propia Roma, ciudad que surgió mucho antes que el imperio y que ya tenía una estructura un tanto desordenada. El advenimiento del auge del poder imperial motivó su rápido crecimiento con la llegada de multitud de nuevos inmigrantes a la ciudad en busca de fortuna. Roma nunca fue capaz de digerir bien su grandeza acentuándose más aún el caos y la desorganización. La capital construía hacia lo alto, el escaso espacio propició la especulación inmobiliaria y muchas veces se construyó mal y deprisa siendo frecuentes los derrumbes por bloques de pisos de mala calidad. Famosos eran también los atascos de carros en las intrincadas callejuelas romanas. La fortuna sin embargo quiso que la capital imperial se incendiara el año 64 dC, durante el mandato de Nerón. La reconstrucción de los diferentes barrios se realizó conforme a un plan maestro diseñado a base de calles rectas y anchas y grandes parques lo que permitió aumentar muchísimo las condiciones higiénicas de la ciudad.

Por lo demás toda ciudad romana trataba de gozar de las mismas comodidades que la capital y los emperadores gustosos favorecían la propagación del modo de vida romano sabedores de que era la mejor carta de romanización de las futuras generaciones acomodadas que jamás desearían volver al tiempo en que sus antepasados se rebelaban contra Roma. Por ello, allí donde fuera preciso se construían teatros, termas, anfiteatros y circos para el entretenimiento y el ocio de los ciudadanos. También muchas ciudades intelectuales gozaban de prestigiosas bibliotecas y centros de estudio, así fue en Atenas por ejemplo ciudad que siempre presumió de su presuntuosa condición de ser la cuna de la filosofía y el pensamiento racional.

Para traer agua desde todos los rincones se construían acueductos si era preciso, el agua llegaba a veces con tal presión que era necesario construir abundantes fuentes por todas partes lo que aun aumentaba más el encanto de dichas ciudades que aun construidas en tierras secas recibían la llegada de las bien planificadas canalizaciones romanas.

Las casas típicas eran las insulae (isla). Solían estar hechas de adobe normalmente de unos tres o cuatro pisos aunque en Roma o en otras ciudades de gran densidad se llegaban a construir verdaderos rascacielos cuya solidez muchas veces fue más que dudosa. La gente rica y de dinero, patricios de buena familia o ricos comerciantes plebeyos que habían hecho fortuna se alojaban en casa de una sola planta con patio interior (impluvium) recubierto de mosaicos llamadas domus.

En honor a las victorias se construían columnas, arcos de triunfo, estatuas ecuestres y placas conmemorativas que solían hacer siempre referencia al emperador reinante y sus gloriosas victorias conseguidas en pos de la salvaguarda de la pax romana de la que gozaban inconscientes los ciudadanos de la urbe. Era un motivo que se recordaba constantemente para dar sentido a la recaudación imperial, sin dinero no hay ejército, sin ejército no hay seguridad y sin seguridad no hay ciudades ni comercio. Algo que quedaría patente a finales del bajo imperio.

Con la llegada de la crisis del siglo tercero y, particularmente, ya en el tardío imperio cristiano la seguridad de la que disfrutaron durante tiempo las ciudades romanas había desaparecido. Y muchas de ellas, sobre todo las más fronterizas con los limes acechados por los pueblos germanos se vieron obligadas a amurallarse y recluirse en fortificaciones sacrificando calidad de vida por seguridad. Fue un paso hacia atrás que se materializaría con la desaparición del imperio de occidente, la ruralización, el fin de las actividades comerciales y el surgimiento de los castillos medievales.

Economía [editar]

Artículo principal: Economía en la Antigua Roma

La economía del Imperio Romano era la propia de un imperio esclavista: los esclavos trabajaban obviamente de forma gratuita, lo cual producía una enorme riqueza. Las diferentes ciudades y provincias estaban conectadas por una red de comunicaciones, vías y puertos, que fomentaban el comercio notablemente.

Aunque la vida se centraba en las ciudades, la mayoría de los habitantes vivían en el campo con un buen nivel, donde cultivaban la tierra y cuidaban el ganado. Los cultivos más importantes eran el trigo, la viña y los olivos, también árboles frutales, hortalizas, legumbres y lino. Los romanos mejoraron las técnicas agrícolas introduciendo el arado romano, molinos más eficaces, como el grano, el prensado de aceite, técnicas de regadío y el uso de abono.

Desde el punto de vista económico, la base agrícola varía bastante según las zonas.

  • En el Valle del Po predominaba el pequeño campesinado que convivía con los grandes dominios. El cultivo de cereales, cultivo idóneo para la zona, tiende a desaparecer.
  • El Ager Galicus y el Picenum es una tierra de pequeños campesinos surgidos de la distribución de tierras por el Estado.
  • Etruria y Umbría son tierras de ciudades, cuya organización dificulta el progreso del campesinado.
  • En el Lacio, País Marso y País de los Sabélicos la situación es similar a la de la propia Roma.
  • En Italia del Sur las ciudades están arruinadas y existe poco campesinado.
  • En el Samnio hay una despoblación notable y las ciudades están también arruinadas.
  • En Campania y Apulia las antiguas ciudades han quedado arruinadas, y los repartos de tierras, en general no prosperaran. En parte de Campania las tierras eran Ager Publicus y solo se dejaban a su ocupante a título de arrendatario por tiempo limitado.
  • En el Brucio y Lucania el poblamiento es débil y la agricultura apenas progresa.

Sociedad [editar]

Un hombre con una toga

La sociedad romana se configura de dos clases sociales que tenían la ciudadanía romana: una aristocracia de propietarios (patricii, patricios) y una clase popular que luchaba por conseguir derechos (plebs, plebeyos). Como ya se ha dicho anteriormente, la economía estaba basada en el sistema de producción esclavista, donde la mayoría de los esclavos eran prisioneros de guerra. Existían mercados de esclavos donde se comerciaba con ellos como si fuesen simples mercancías.

Así pues la sociedad romana estaba dividida en:

  • Patricios: la clase dominante que poseía todos los privilegios tanto fiscales, como judiciales, políticos y también culturales.
  • Plebeyos: eran el pueblo que no gozaba de todos los derechos ni privilegios.
  • Esclavos: no tenían derechos y eran posesión de sus amos. El esclavismo era toda una institución social en Roma. No fue un esclavismo de raza, como sí lo sería siglos después. En Roma cualquiera podía ser esclavo; la fuente de esclavos provenía sobre todo de pueblos conquistados, pero también de delincuentes u otra gente que fuera degradada a esa clase social por algún motivo. En realidad el esclavismo no era más que la clase social más baja. Y como toda clase, también era posible ascender a veces comprando la propia libertad, o simplemente por el deseo expreso del amo que se formalizaba con el acto de manumisión, un privilegio exclusivo de todo propietario que convertía al esclavo en liberto (esclavo liberado).

Religión [editar]

Escultura de la diosa Diana

La religión de los romanos era politeísta (adoraban un gran número de dioses). Los más venerados eran Júpiter, Minerva y Juno. En honor a ellos se construyeron templos y se ofrecieron sacrificios de animales. El emperador era adorado como un dios y en todo el Imperio se practicaba el culto imperial.

También veneraban, en casa, a los dioses protectores del hogar y de la familia; en cada casa había un altar dedicado a esos dioses. Además, los romanos eran muy supersticiosos y, antes de tomar una decisión consultaban la voluntad de los dioses, expresada por medio de los oráculos.

Las fiestas religiosas [editar]

El calendario religioso romano reflejaba la hospitalidad de Roma ante los cultos y divinidades de los territorios conquistados. Originalmente eran pocas las festividades religiosas romanas. Algunas de las más antiguas sobrevivieron hasta el final del imperio pagano, preservando la memoria de la fertilidad y los ritos propiciatorios de un primitivo pueblo agrícola. A pesar de eso, se introdujeron nuevas fiestas que señalaron la asimilación de los nuevos dioses. Llegaron a incorporarse tantas fiestas que los días festivos eran más numerosos que los laborales. Las más importantes eran las fiestas lupercales, saturnales, equiria y de los juegos seculares.

Tiempo después, terminadas las persecuciones contra los cristianos, el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio, con el emperador Constantino que toleró las dos religiones, ya que según la leyenda, antes de una gran batalla vio una cruz en el cielo, bajo la cual una inscripción decía «bajo éste símbolo vencerás». Al día siguiente grabó en los escudos de todos sus soldados la cruz y obtuvo una gran victoria, si bien sólo se bautizó unos días antes de su muerte. Algunas festividades cristianas que se celebran actualmente se basan en las festividades que ya se celebraban en tiempos romanos, sólo que cristianizadas para hacerlas compatibles con la nueva religión. Incluso, en países de cultura cristiana, se mantienen algunas completamente paganas como el carnaval.

Véase también [editar]

Enlaces externos [editar]

el aire

LA HIJA DEL AIRE
Parte Segunda

Pedro Calderón de la Barca


Personas que hablan en ella:
  • SEMÍRAMIS, reina
  • ASTREA, dama
  • LIBIA, dama
  • FLORA, dama
  • LICAS, general de tierra
  • FRISO, general de mar
  • LIDORO, rey de Lidia
  • CHATO, soldado gracioso
  • NINIAS, Príncipe
  • LISÍAS, viejo
  • IRÁN, hijo de Lidoro
  • ANTEO, viejo
  • MÚSICOS
  • SOLDADOS

JORNADA PRIMERA


Salen MÚSICOS y SOLDADOS. Suenan cajas y
trompetas y salen ASTREA con un espejo, LIBIA con una fuente, y en
ella una espada; FLORA con otra y en ella un sombrero; todos los
músicos descubiertos; detrás de todos,
SEMÍRAMIS, vestida de luto, suelto el cabello, como vis-
tiéndose, y todas las mujeres
sirviéndola


SEMÍRAMIS: En tanto que Lidoro, Rey de Lidia,
áspid humano de mortal envidia,
viendo que yo, por muerte de Nino,
el reino rijo, osado y fuerte,
opuesto a mis hazañas,
de Babilonia infesta las campañas;
Babilonia eminente,
ciudad que en las cervices del Oriente
yo fundé, a competencia
de Nínive imperial, cuya eminencia
tanto a los cielos sube,
que fábrica empezando, acaba nube;
en tanto, pues, que ufano, altivo y loco
mi valor y sus muros tiene en poco,
porque vea su ejército supremo
que su venida bárbara no temo,
cantad vosotros, y a las roncas voces
de cajas y trompetas que veloces
embarazan los vientos,
repetidos respondan los acentos;
que aquéllos quellorosamente graves,
y lísonjeramente éstos süaves,
que me hablen es justo;
aquéllos al valor, y éstos al gusto.
Las almohadas llegad, idme quitando
estas trenzas, irélas yo peinando.

Siéntase a tocar, sirviéndola todas con
la mayor ostentación que se pueda


MÚSICOS: "La gran Semíramis bella,
que es, por valiente y hermosa,
el prodigio de los tiempos
y el monstruo de las historias.
en tanto que el Rey de Lidia
sitio pone a Babilonia,
a sus trompetas y cajas
quiere que voces respondan;
y confusas las unas y las otras,
éstas suaves, cuando aquéllas roncas,
varias cláusulas hacen
la cítara de amor, clarín de Marte."

Toca un clarín y sale Friso por una parte y
por otra LICAS


LICAS: Esta trompeta que animada suena,
en golfos de aire militar sirena...
FRISO: Este clarín que canta lisonjero,
en jardines de pluma acude acero...
LICAS: De paz haciendo salva, solicita
que hoy a un embajador se le permita
de Lidoro llegar a tu presencia.
FRISO: Y para prevenir esta licencia,
cubierto el rostro, viene.
No sé el embozo qué misterio tiene.
SEMÍRAMIS: Decid que entre al instante;
que aunque me esté tocando, mi arrogante
condición no da espera
a que me aguarde quien hablarme quiera;
y más siendo enemigo.
Paréntesis haced vosotras, digo,
la acción un breve rato;
que no es ceremonioso mi recato.

Entra LIDORO con banda en el rostro, y
quítasela al hacer reverencia


LIDORO: Hasta llegar a verte,
cubierto tuve el rostro de esta suerte,
por no desmerecer en tanto abismo,
oh gran reina de Siria, por mí mismo,
lo que a merecer llego
como mi embajador.
SEMÍRAMIS: Y no lo niego;
pues si supiera que eras
tú de ti embajador, de mí no fueras
dentro de mis palacios admitido;
pero ya que has venido,
tratarte en todo intento
como a tu embajador. Dadle un asiento
en taburete raso y apartado,
sin que toque en la alfombra de mi estrado.
Di agora lo que intenta,
embajador, el rey.
LIDORO: Escucha atenta.

Ya te acuerdas, reina invicta
del Oriente, a cuyos hechos,
para haberlos de escribir,
coronista tuyo el tiempo,
da pocas plumas la fama,
poca tinta los sangrientos
raudales de tus victorias,
y poco papel el viento,
ya te acuerdas de que yo,
disfrazado y encubierto,
por la hermosura de Irene,
beldad que hoy muerta venero,
deidad que ausente idolatro,
y uno y otro reverencio,
serví a Nino, esposo tuyo,
que hoy, de la prisión del cuerpo
su espíritu desatado,
reina en más ilustre imperio.
Y ya te acuerdas, en fin,
de que a esta ocasión vinieron
nuevas del reino de Lidia,
mi feliz patria, diciendo
que Estorbato, rey de Batria,
tomando por mí el pretexto
de la guerra, pretendía
restituirme a mi reino
y que yo le acompañaba;
porque para dar por cierto
el vulgo lo que imagina,
basta pensarlo, sin verlo.
Nino, embarazado entonces
en otros divertimientos,
hallándose bien servido
de mí en la paz, y queriendo
servirse de mí en la guerra,
de general me dio el puesto,
para el socorro de Lidia.
¿Quién creerá que a un mismo tiempo
Arsidas contra Lidoro
se viese nombrado, y siendo
Lidoro y Arsidas yo,
en dos contrarios opuestos,
allí rey y aquí vasallo,
marchase contra mí mesmo?
A otro día, pues, que Nino
reina te juró --no quiero
acordarte de aquel día
los admirables portentos,
pues el cielo que los hizo
sólo sabrá inferir de ellos
si fueron de tu reinado
o vaticinios o agüeros;
y aun Menón también pudiera
decirlo, siendo el primero
que examinó tus rigores;
pues vivió abatido y ciego,
hasta que desesperado,
o con rabia o con despecho,
al Eufrates le pidió
su rápido monumento.
A otro día, pues, que Nino
reina te juró --aquí vuelvo--,
salí de Nínive yo,
marchando a los palmirenos
campos, que, cuna del sol,
me alojaron en su centro.
Aquí, cuando los de Lidia
tremolar al aire vieron
de Nino los estandartes,
cobraron ánimo nuevo,
como temor los de Batria;
pero después que supieron
que era yo quien los regía,
se trocaron los afectos,
creyendo todos que fuera,
la parcialidad siguiendo,
traidor a la confïanza
que Nino de mi había hecho.
Yo, pues, más que a mi interés,
a mi obligación atento,
de lo neutral de la duda
me desempeñé bien presto;
porque llegando Estorbato
a verse conmigo en medio
de los dos campos, así
le dije, "De parte vengo
de Nino; esta gente es suya;
la confïanza que ha hecho
de mí, engañado de mí,
satisfacérsela tengo;
que yo soy antes que yo,
y no monta estado y reino
más que mi honor." Quiso entonces
convencerme con pretextos
de que cobrar yo mi patria
no era traición; y, en efecto,
desavenidos los dos,
él osado y yo resuelto,
la batalla prevenimos,
en cuyos duros encuentros
llevé lo mejor; que como
jugaba entonces mi aliento
por otro, gané; que, en fin,
tahur desdichado, es cierto
que los restos gana cuando
no gana en los restos.
Volvióse a Batria Estorbato,
desbaratado y deshecho,
y yo, en el nombre de Nino,
a Lidia aseguré, haciendo
que solamente se oyese,
"¡Viva Nino, que es rey nuestro!"
Llegaron entrambas nuevas
a sus oídos, y viendo
de confïanza y valor
en mí dos vivos ejemplos,
admirado y obligado
de mi lealtad y mi afecto,
uno y otro me pagó
con Irene, conociendo
que tantas nobles finezas
no se premiaran con menos.
Dióme con Irene a Lidia,
mi misma patria, advirtiendo
que había de reconocerle
feudatario de su imperio.
En esta tranquilidad
gozoso viví y contento,
hasta que se subió a ser
astro añadido del cielo,
dejando en prendas de humana
a Irán, hijo suyo bello,
retrato de Amor, con quien
sus soledades divierto.
En este intermedio quiso
el gran Júpiter supremo
que súbitamente Nino
también muriese. No puedo
excusar aquí el seguir
--perdóname si te ofendo--
la voz común, que en su muerte
cómplice te hace, diciendo
que al verte con sucesión
que asegurase el derecho
de sus estados, pues Ninias
joven, hijo del rey muerto,
afianzaba la corona
en tus sienes, tu soberbio
espíritu levantó
máquinas sobre los vientos,
hasta verte reina sola;
fácil es de ti el creerlo.
Esta opinión asegura
el ver que hiciste, primero
que él muriese, que te diese
por seis días el gobierno
de sus reinos, en los cuales,
a los alcaides que fueron
de Nino hechuras, quitaste
las plazas fuertes, poniendo
hechuras tuyas; y así
en todos los demás puestos.
Siguióse a esto hallar a Nino
una mañana en su lecho,
sin que antes le precediese
crítico accidente, muerto.
Y aun no falta alguien que diga
que, en lo cárdeno del pecho
lo hinchado del corazón,
son indicios verdaderos
de que del difunto rey
fuese homicida un veneno,
tan traidoramente osado,
tan osadamente fiero,
que, imagen ya de la muerte,
hizo dos veces al sueño.
También de tu tiranía
es no menor argumento
el ver que, teniendo un hijo
de esta corona heredero,
y tan digno por sus partes
de ser amado --que el cielo
le dio lo mejor de ti,
pues te parece en extremo,
sin nada de lo que es alma,
en todo de lo que es cuerpo;
pues, según dicen, la docta
Naturaleza un bosquejo
hizo tuyo, en rostro, en voz,
talle y acciones--, y siendo
hijo tuyo y tu retrato,
le crías con tal despego,
que de Nínive en la fuerza,
sin el decoro y respeto
debido a quien es, le tienes,
donde de corona y cetro
tiranamente le usurpas
la majestad y el gobierno.
De todos aquestos cargos,
como hermano del rey muerto,
pues fui de su hermana esposo,
de quien hoy sucesión tengo,
que a aquesta corona aspire,
a residenciarse vengo;
porque si es así que tú
diste muerte, y yo lo pruebo,
a Nino, tú, ni tu sangre,
habéis de heredarle, y entro,
como pariente mayor
yo, en el perdido derecho
de los dos; y como, en fin,
de los reyes en los pleitos
es tribunal la campaña,
jurisconsulto el acero
y la fortuna el jüez,
con armas, hüestes vengo
de ejércitos numerosos,
que, inundando los amenos
campos hoy de Babilonia,
pongan a sus muros cerco.
Porque no ignores la causa
que para esta guerra tengo,
como mi embajador quise
hacerte este manifiesto;
y así, en tanto que estos cargos
se te articulan y de ellos
no te absuelves, te has de dar
a prisión, o yo cumpliendo,
con haberlos intimado,
podré, sin calumnia o riesgo
de tirano, publicar
el asalto a sangre y fuego,
para que el cielo y la tierra
vean cuánto soy tu opuesto;
pues tú, como fiera ingrata,
quitas la vida a tu dueño;
y yo, como can leal,
le sirvo después de muerto.
SEMÍRAMIS: No sé cómo mi valor
ha tenido sufrimiento
hoy para haberte escuchado
tan locos delirios necios,
sin que su cólera ardiente
haya abortado el incendio
que en derramadas cenizas
te esparciese por el viento.
Pero ya que esta vez sola
templada me he visto, quiero
ir, no por ti, mas por mí,
a esos cargos respondiendo.
Dices que ignoras si fue
aquel eclipse sangriento
del día que me juraron
o favorable o adverso;
y bien la causa pudieras
inferir por los efectos;
pues no agüero, vaticinio
sería el que dio sucesos
tan favorables a Siria
desde que yo en ella reino.
Díganlo tantas victorias
como he ganado en el tiempo
que esposa de Nino he sido,
sus ejércitos rigiendo,
Belona suya, pues cuando
la Siria se alteró, vieron
los castigados rebeldes
en mi espada su escarmiento.
Sobre los muros de Icaria,
cuando estaba puesto a cerco,
¿quién fue la primera que
la plaza escaló, poniendo
el estandarte de Siria
en su homenaje soberbio,
sino yo? ¿Quién esguazó
el Nilo, ese monstruo horrendo
que es, con siete bocas, hidra
de cristal, en seguimiento
de la rota que le di
al gitano Tolomeo?
En la paz, ¿quién las dio más
esplendor, lustre y aumento
a las políticas doctas
con leyes y con preceptos?
Pues cuando Marte dormía
en el regazo de Venus,
velaba yo en cómo hacer
más dilatado mi imperio.
Babilonia, esa ciudad
que desde el primer cimiento
fabriqué, lo diga; hablen
sus muros, de quien pendiendo
jardines están, a quien
llaman pensiles por eso.
Sus altas torres, que son
columnas del firmamento,
también lo digan, en tanto
número, que el sol saliendo,
por no rasgarse la luz,
va de sus puntas huyendo.
Pero ¿para qué me canso
cuando mis obras refiero,
si ellas mismas de sí mismas
son las corónicas? Luego
recibirme a mí con salva,
al jurarme, todo el cielo,
padecer de asombro el sol
y de horror los elementos,
pues siguieron favorables
a esta causa los efectos,
bien claro está que serían
vaticinios y no agüeros.
Decir que Menón lo diga
es otro blasón, si advierto
que ninguno pudo ser
mayor; pues ¿qué más trofeo
que morir desesperado
de mi amor y de sus celos?
En cuanto a que di a mi esposo
muerte, ¿no es vano argumento
decir que, porque me dio
antes de morir el reino
por seis días, le maté?
¿No alega en mi favor eso
más que en mi daño? Sí; pues
si vivía tan sujeto,
tan amante y tan rendido
Nino a mi amor, ¿a qué efecto
había de reinar matando,
si ya reinaba viviendo?
Y cuánto le adoré vivo,
como a Rey, esposo y dueño,
¿no lo dice un mausoleo
que hice a sus cenizas, muerto?
Decir que a Ninias, mi hijo,
de mí retirado tengo,
y que, siendo mi retrato,
parece que le aborrezco,
es verdad lo uno y lo otro;
que como has dicho tú mesmo,
no me parece en el alma,
y me parece en el cuerpo.
Y aunque tú que en lo mejor
me parece has dicho, es cierto
que en lo peor me parece,
pues sería más perfecto
si hubiera de mí imitado
lo animoso que lo bello.
Es Ninias, según me dicen,
temeroso por extremo,
cobarde y afeminado;
porque no hizo sólo un yerro
Naturaleza en los dos,
si es que lo es el parecernos,
sino dos yerros: el uno
trocarse con su concepto,
y el otro habernos trocado
tan totalmente el afecto,
que, yo mujer y él varón,
yo con valor y él con miedo,
yo animosa y él cobarde,
yo con brío, él sin esfuerzo,
vienen a estar en los dos
violentados ambos sexos.
Ésta es la causa por que
de mí apartado le tengo,
y por que del reino suyo
no le doy corona y cetro,
hasta que disciplinado
en el militar manejo
de las armas y en las leyes
políticas del gobierno,
capaz esté de reinar.
Mas ya que murmuran eso,
parte, Licio, y di a Lísias,
ayo suyo, que al momento
Ninias venga a Babilonia.
Verán su ignorancia, viendo
que es próvido en esta parte,
y no tirano mi intento.
Y agora, a la conclusión
de tus discursos volviendo,
¿de qué vienes de estos cargos,
Lidoro, a ponerme pleito?
Ya que no me dé a prisión,
sólo responderte quiero
que ya echas de ver que aquí
has entrado a hablarme a tiempo
que estaba entre mis mujeres,
consultando con ese espejo
mi hermosura, lisonjeada
de voces y de instrumentos;
y así, en esta misma acción
has de dejarme, volviendo
las espaldas; pues aqueste
peine, que en la mano tengo,
no ha de acabar de regir
el vulgo de mi cabello,
antes que en esa campaña
o quedes rendido o muerto.
Laurel de aquesta victoria
ha de ser; porque no quiero
que corone mi cabeza
hoy más acerado yelmo
que este dentado penacho,
que es femenil instrumento;
y así, me le dejo en ella
entretanto que te venzo.
Y aunque pudiera esperar,
fïada en aquesos inmensos
muros, el asalto, no
me consiente el ardimiento
de mi cólera que apele
a lo prolijo del cerco.
A la campaña saldré
a buscarte; pues es cierto
que cuando no hubiera tanto
número de gentes dentro
de Babilonia, ni en ella,
por Atlante de su peso,
estuviesen Friso y Licas,
hermanos en el aliento
como en la sangre, y los dos
generales por sus hechos
de mar y tierra, yo sola
hoy con mis mujeres pienso
que te diera la batalla,
porque un instante, un momento
sitiada no me tuvieras.
Y así, vete, vete presto
a formar tus escuadrones;
que si te detienes, temo
que la ley de embajador
su inmunidad pierda, haciendo
que vuelvas por ese muro,
tan breves pedazos hecho,
que seas materia ociosa
de los átomos del viento.
LIDORO: Pues si a la batalla intentas
salir, en ella te espero.
LICAS: Y en ella verás que tiene
vasallos cuyos esfuerzos
sus laureles aseguran.
LIDORO: En el campo lo veremos.
FRISO: Sí verás, tan a tu costa,
que llores, Lidoro, el verlo.
LIDORO: Quien menos habla, obra más.
LICAS: Pues a obrar más.
FRISO: A hablar menos.
LIDORO: Toca al arma.
LICAS Al arma toca.

Vase LIDORO


SEMÍRAMIS: Dadme ese bruñido acero;
seguidme todos, y tú,
Licas, ostenta hoy tu esfuerzo;
mira que anda por hacerte
dichoso un atrevimiento.
LICAS: No entiendo a qué fin persuades
a mi valor, conociendo
ya mi valor.
SEMÍRAMIS: No te admires;
que yo tampoco lo entiendo.
Tocad al arma, y en tanto,
vosotras tenedme puesto,
mientras salgo a la campaña,
el tocador y el espejo,
porque en dando la batalla,
al punto a tocarme vuelvo.

Vase SEMÍRAMIS. Suenan cajas, trompetas y
ruido de armas y dicen dentro


VOCES: ¡Armas, armas!
OTROS: ¡Guerra, guerra!
OTROS: ¡Viva Semíramis!
TODOS: ¡Viva!
OTROS: ¡Viva Lidoro, y reciba
la posesión de esta tierra!

Salen LIDORO y SOLDADOS


SOLDADO: Ya de los muros salieron
diversas tropas, y ya
tu gente dispuesta está.
LIDORO: ¿Adónde, cielos, cupieron
tantas gentes? ¿Qué ciudad
tener pudo, sin espanto,
en sus entrañas a tanto
número capacidad?
Cuerpos tomaron sutiles,
sin duda, a tantos combates
las arenas del Eufrates,
las hojas de los pensiles.
Del sol el nuevo arrebol
las luces mira deshechas;
que las nubes de sus flechas
son noche alada del sol.
VOCES: ¡Guerra, guerra! Dentro
LIDORO: Ya hacia allí
trabada la lid se ve.
A morir matando iré.

Éntranse, y dase la batalla


LICAS: ¿Dónde estás, Lidoro? Dentro
LIDORO: Aquí
me hallarás; que nunca yo,
aunque me siga la suerte,
la espalda volví a la muerte.
SOLDADO: El rey en la lid entró;
seguidle, no le dejéis.

Vuelve a salir LIDORO herido, cayendo y tras
él LICAS y FRISO, y por otra parte sale SEMÍRAMIS


FRISO: Mía será esta victoria.
LICAS: Mía ha de ser esta gloria.
SEMÍRAMIS: Esperad, no le matéis.
FRISO: ¿Tú le defiendes?
SEMÍRAMIS: Sí, que hoy,
más que verle muerto quiero
de mis armas prisionero.
LIDORO: Rendido a tus pies estoy,
ya que mis desdichas son
tales, y ya que ninguna
vez se puso la Fortuna
de parte de la razón.
SEMÍRAMIS: Haced que de la batalla
el alcance no se siga.
FRISO: Apenas de la enemiga
hueste en el campo se halla
más que la ruina; que en sumas
tragedias, ya del Eufrates
las arenas son granates
y corales las espumas;
y huyendo por los desiertos,
de tus rigores esquivos,
los que han escapado vivos
van tropezando en los muertos.
SEMÍRAMIS: Que yo me diese a prisión
fue tu intento; y siendo así,
será prenderte yo a ti
debida satisfacción.
Fiera ingrata me llamaste
hoy, cuando a ti can leal;
luego si con nombre tal
me ofendiste y te ilustraste,
tiranías no serán
que yo en esta parte quiera,
procediendo como fiera,
tratarte a ti como can.
De mi palacio al umbral
atado te he de tener;
allí has de estar; que he de ver
si me le guardas leal
y vigilante desde hoy;
que si del can es empeño
el ser leal con su dueño,
desde aquí tu dueño soy.
LIDORO: Es verdad; pero aunque eres
tú mi dueño, y yo can sea,
no es justo que en mí se vea
esa lealtad que hallar quieres,
maltratado; pues si agravia
el dueño a su can, le pierde
el cariño, y al fin muerde
a su dueño con la rabia.
A tus pies estoy rendido;
no con tan grande rigor
me trates.
LICAS: El vencedor
siempre honra al que ha vencido.
Esto por merced, señora,
de haberlo rendido yo,
te pido humilde.
FRISO: Yo no,
que también le rendí agora,
sino que su singular
error castigues, porque
nadie se te atreva en fe
de que le has de perdonar.
LICAS: Vence dos veces, piadosa.
FRISO: El castigo es el vencer.
SEMÍRAMIS: Dices bien, y eso ha de ser.
LIDORO: Reina invencible y hermosa,
dame muerte, y no con tanto
oprobio quieras que viva.
SEMÍRAMIS: Poco mi soberbia altiva
se enternece de tu llanto.
A un villano haced llamar,
que desde Ascalón tras mí
vino a Nínive, a quien di
el oficio de cuidar
de los perros de mi caza.

Sale CHATO, de vejete


CHATO: Aquí está Chato, señora;
que para seguirte agora
el temor no le embaraza
de la guerra, porque ya
sabía que habías de ser
la que había de vencer,
según declarada está
en tu dicha la Fortuna.
Y ¿qué razones más llanas
que, estando lleno de canas
yo, no tener tú ninguna,
siendo los dos de una edad,
cuarenta años más o menos,
y con sucesos tan buenos
yo como tú?
SEMÍRAMIS: Levantad.
¿Qué sucesos?
CHATO: ¿Pueden ser
más iguales que enviudar
los dos a un tiempo, y quedar
sin marido y sin mujer?
Pero ya que me he casado,
sea para darme agora
algún oficio, señora,
que me saque de aperreado.
¿Qué me mandas?
SEMÍRAMIS: Que del modo
que alimentar, Chato, sueles
mis sabuesos y lebreles,
trates a ese hombre; y todo
su manjar ha de comer;
en mi zaguán han de verlo
cuantos pasaren, y al cuello
traílla le has de poner;
y tú como él, si no
le guardas, has de vivir.
CHATO: Pues si él se me quiere ir,
¿qué le tengo de hacer yo?
SEMÍRAMIS: Con aquesto, a la ciudad
volvamos. Ven tú conmigo;
que tienes de ser testigo
mayor de mi vanidad.
Al estribo te han de ver
de mi caballo.
LIDORO: ¿Ya estás
vengada?
LICAS: Reina...
SEMÍRAMIS: No más.
FRISO: Bien haces.
SEMÍRAMIS: Esto ha de ser;
que si de can blasonabas,
quejoso no es bien te ofrezcas,
pues te hago que parezcas
lo mismo de que te alabas.
FRISO: Con nueva salva reciba
Babilonia victoriosa
a su heroica reina hermosa.
TODOS: ¡Viva Semíramis, viva!
CHATO: ¡En buen cuidado esta vez
la fortunilla me ha puesto!
Sólo me faltaba esto
al cabo de mi vejez.
Si mi riesgo no remedia
el desvelo y el cuidado,
peor está que el soldado
de la primera comedia.
¿Guardar yo, siendo esto así
que en mi vida guardé un cuarto?
¡Guárdele otro! ¿No hace harto
un hombre en guardarse a sí?

Suena la música de chirimías


¡Con qué grande majestad
vuelve a la ciudad triunfante
esta altiva, esta arrogante
hija de su vanidad!
Ya en su palacio la espera
toda la gente; yo quiero
ir allá, pues de perrero
me he convertido en perrera.

SEMÍRAMIS habla dentro a
LIDORO


SEMÍRAMIS: A este umbral has de quedarte,
racional bruto, y de aquí
ninguno pase.

Sale SEMÍRAMIS


ASTREA: Hoy en ti
a Venus se rinde Marte,
LIBIA: Dicha ha sido singular.
SEMÍRAMIS: Astrea, toma este acero;
Libia, el espejo; que quiero
acabarme de tocar.
El tono que se cantaba
cuando aquel clarín sonó,
prosiga agora; que yo
me acuerdo bien de que estaba
en oírle divertida;
y una batalla, no es justo
decir que me quitó el gusto
que me tuvo entretenida.
Vuelva, pues, donde cesó;
y este bajel vuelva el bello
golfo a surcar del cabello,
donde varado quedó.
MÚSICOS: "La gran Semíramis bella,
reina del Tigris al Nilo..."

Tocan cajas y dicen dentro


VOCES: ¡Viva Ninias, nuestro rey!
¡Viva el sucesor de Nino!
SEMÍRAMIS: Oíd. ¿Qué confusas voces
son éstas? ¿Qué ha sucedido?
Licas, ¿qué es esto?

Sale LICAS


LICAS: No sé,
porque solamente miro,
desde aquestos corredores,
todo el vulgo dividido
ocupar calles y plazas,
ya en tropas y ya en corrillos;
y sin saber más, mi afecto
me trujo a hablarme contigo.
SEMÍRAMIS: (Bien ese afecto me debes. Aparte
Pero yo miento. ¿Qué digo?)

Dentro voces


VOCES: Viva nuestro invicto rey!
OTRO: No dejemos ya regirnos
de una mujer, pues tenemos
príncipe tan grande.
SEMÍRAMIS: Friso,
¿qué es eso?

Sale FRISO


FRISO: No sé, señora,
porque solamente el ruido
a tu presencia me trae.
SEMÍRAMIS: Ya saberlo solicito.

Sale LISÍAS


LISÍAS: Aguarda, detente, espera;
que pues que yo me anticipo,
señora, a besar tu mano
antes que Ninias tu hijo,
sólo ha sido a darte cuenta
de la novedad que ha habido.
SEMÍRAMIS: Dilo, aunque para saberlo
no me importa ya el oírlo.
LISÍAS: Que viniese a Babilonia
Ninias, de tu parte Licio
me mandó, y a tu obediencia
pronto se puso en camino.
A Babilonia llegamos,
donde el puente levadizo,
viendo tu mismo retrato,
nos dio paso sobre el río.
A palacio caminaba
el príncipe, agradecido
a la dicha de llegar
a tus pies en tan propicio
día, que tú victoriosa
triunfabas de tu enemigo.
Su hermosura ganó en todos
un afecto tan benigno,
que, no diciéndolo nadie,
todos dijeron a gritos...
UNO: No una mujer nos gobierne, Dentro
porque aunque el cielo la hizo
varonil, no es de la sangre
de nuestros reyes antiguos.
VOCES: ¡Viva Ninias, nuestro Rey! Aparte
¡Viva el sucesor de Nino!
SEMÍRAMIS: Calla, calla, no lo digas,
pues ya esa voz me lo ha dicho,
y es hoy sentirlo dos veces
llegar dos veces a oírlo.
Desagradecido monstruo,
que eres compuesto vestigio
de cabezas diferentes,
cada una con su jüicio,
pues cuando acabo de darte
la victoria que has tenido,
¿de que soy mujer te acuerdas,
y te olvidas de mi brío?
VOCES: Sí, que Rey varón queremos. Dentro
OTRO: Habiéndole en edad visto Dentro
capaz de reinar, no es justo
que reines tú, que no has sido
sangre ilustre y generosa
de nuestros Reyes invictos.
SEMÍRAMIS: Es verdad; pero de dioses
desciende mi origen limpio.
Licas, de este atrevimiento
venganza a tu valor pido.
LICAS: Bien sabes de mí la fe
y lealtad con que te sirvo;
mas si el príncipe es, señora,
de mi rey natural hijo,
y tiene razón, y es pueblo,
¿quién bastará a reducirlo?
FRISO: Yo bastaré, y de tu nombre
la voz tomaré; que estimo
más el ser vasallo tuyo.
SEMÍRAMIS: Yo te lo agradezco, Friso;
y Licas verá algún día
cuánto en mi gracia ha perdido.
(Estoy por decirlo; pero Aparte
vame mucho en no decirlo.
Mas detente; que ya es justo,
en empeño tan preciso,
mudar de consejo y dar
a este vulgo más castigo
del que de mí habrá esperado,
si no del que ha merecido.)
Formado cuerpo de tantos,
que parciales y divisos
os alimentáis de solas
las novedades del siglo,
bien sabéis de mi valor
que pudiera reduciros
al yugo de mi obediencia
y de esta espada a los filos;
pero quiero de vosotros
tomar, con mejor estilo,
mejor venganza. Esta sea,
pues no me habéis merecido,
que me perdáis desde aquí.
Ya del gobierno desisto,
de vuestro cargo me aparto,
de vuestro amparo me privo.
La viudez que no he guardado
hasta aquí por asistiros,
guardaré desde hoy; y así,
el más oculto retiro
de este palacio será
desde hoy sepulcro mío,
adonde la luz del sol
no entrará por un resquicio.
Ningún hombre me verá
el rostro, siendo mi hijo,
por serlo, de aquesta ley
el primer comprehendido;
y así, entrar no le dejéis
a él, ni a nadie, a hablar conmigo.
En sus manos, le decid,
que el cetro y laurel altivo
dejo; que dé a sus vasallos
ese gusto de regirlos,
hasta que a mí me echen menos;
pues ya sólo el valor mío
siente que se me parezca,
porque no podrá el olvido
borrarme de sus memorias.
FRISO: ¡Señora!
SEMÍRAMIS: Déjame, Friso.
LICAS: Advierte...
SEMÍRAMIS: Vos no me habléis.
LISÍAS: Mira que...
SEMÍRAMIS: Ya nada miro.
Quédate, pueblo, sin mí.
Todos me dejad. Conmigo
nadie venga. Rey tenéis;
seguidle a él. Un basilisco
tengo en los ojos, un áspid
en el corazón asido.
¿Yo sin mandar? De ira rabio.
¿Yo sin reinar? Pierdo el juicio.
Etna soy, llamas aborto;
volcán soy, rayos respiro.
LICAS: ¡Qué ambicioso sentimiento!
FRISO: ¡Qué sentimiento tan digno!
LISÍAS: ¡Qué resolución tan ciega
y sin tiempo!
LICAS: Lisís, dinos:
¿Dónde el príncipe quedó,
viniéndote tú?
LISÍAS: No quiso
acabarme de escuchar
Semíramis.
FRISO: Ahora dilo.
LISÍAS: Viniendo a palacio ya,
ese eminente obelisco,
regular Atlante nuevo,
nuevo fabricado Olimpo,
mauseolo consagrado
a las cenizas de Nino,
preguntó qué templo era;
y habiendo entonces oído
que era el sepulcro eminente
de su padre, así le dijo,
"Salve, depósito fiel
del mejor rey que ha tenido
el mundo, si amor no hubiera
borrado su nombre altivo.
Salve, y de mí no se diga
que la primer vez que miro
de tu urna las cenizas,
no doy de mi amor indicios.
No he de llegar de palacio
a ver los umbrales ricos,
sin que primero vea el mundo
que, a mi ser agradecido,
es aquéste en Babilonia
el primer umbral que piso,
reverenciando postrado
hoy en su fin mi principio."
Y echándose del caballo,
dentro entró, y al mármol liso
que muerto le deposita
y le representa vivo,
besó la mano, pidiendo
de su culto a los ministros
le sacrifiquen; y él queda
asistiendo al sacrificio,
cuya acción piadosa más
pudo alterar los motivos
del pueblo. A buscarle vuelvo,
y a decir cuánto ha sentido
Semíramis sus aplausos,
porque venga prevenido
a desenojarla. ¡Dioses,
doleos de su peligro!
ASTREA: Padre y señor, ¿de esa suerte
te vas, y habiéndome visto
para besarte la mano,
lugar no me has permitido?
LISÍAS: ¡Ay hija! No a mi amor culpes,
que esta novedad que admiro
ha embargado los afectos
hoy de todos mis sentidos.

Vase LISÍAS


LICAS: Aunque Babilonia hoy
en confusiones y gritos
alterada, hermosa Libia,
cumpla con su nombre mismo,
porque no excepta lugares,
tiempos ni personas, dijo
un sabio que amor y muerte
eran los más parecidos;
y así, pues las novedades
que a todos han suspendido,
a mí me han dado ocasión
de hablaros, ose deciros,
¿cuándo seré tan dichoso
que merezca el amor mío
la suma gloria que espero
y el grande amor a que aspiro?
LIBIA: Ya vos sabéis cuánto, Licas,
a vuestra fe agradecido,
mi pecho os estima; pero
esa ocasión que habéis dicho,
no he de darla yo. La reina
es dueño de mi albedrío.
Pedidme a la reina vos.
LICAS: Con esa esperanza vivo.
FRISO: Yo, hermosa, divina Astrea,
ya que ninguna he tenido,
no os digo, ¿cuándo seré
felice? Que sólo os digo
¿cuándo no seré infelice?
Pues favor no solicito
para ser amado; basta
el no ser aborrecido.
ASTREA: Tarde, Friso, porque en mí
esos desdenes esquivos
son naturaleza, y mal
podéis nunca reducirlos.
FRISO: Tan hallado estoy con ellos
y por vuestros los estimo,
que con ellos no echo menos
el bien a que no me animo.

Tocan chirimías y dicen dentro


VOCES: ¡Viva Ninias, nuestro rey!
¡Viva el sucesor de Nino!
LIBIA: Ya de más cerca se escuchan
las voces que dan indicio
de que ya el príncipe llega;
y así, de esta cuadra idos
los dos.
LICAS: Aquí, a mi pesar,
de vuestra luz me despido.
FRISO: Yo no, Astrea, de la vuestra,
porque sé que en esto os sirvo.
ASTREA: No se va quien deja tantos
pesares de haberle visto.
FRISO: También vivo feliz yo,
pues padezco.
ASTREA: Si imagino
que mi desprecio estimáis,
ni aun desprecios tendréis míos.
LIBIA: Adiós, Licas.

LICAS: El os guarde.
Vamos, porque es justo, Friso,
que al príncipe le besemos
los dos la mano.
FRISO: Yo sigo
a Semíramis en todo;
y así, hasta que haya sabido
si en esto pude enojarla,
no le veré.
LICAS: Esto es preciso,
que es nuestro príncipe.
FRISO: Ella
nuestra reina, a quien yo sirvo.
LICAS: Pues yo voy a verle.
FRISO: Y yo
de su vista me retiro.

Vanse los dos


LIBIA: ¿Hasta cuándo, hermosa Astrea,
ingrato tu pecho altivo
ha de negarle al Amor
tributo?
ASTREA: Aunque ves que a Friso
aborrezco, no a mi pecho
acuses con desvaríos
de incapaz Amor. Bien sé
qué es querer; y si te digo
la verdad, mis pensamientos
son más osados y altivos.
LIBIA: ¿Cómo?
ASTREA: Hija soy de Lisías;
con Ninias, príncipe invicto,
me he crïado.
LIBIA: Ya te entiendo.
Fuera de que ha interrumpido
tu voz la música.
ASTREA: (Aquí Aparte
esperarán mis sentidos,
locos de amor, a su dueño.)


Vanse. Tocan chirimías y sale todo el
acompañamiento y detrás NINIAS en traje de camino,
y a la puerta por donde sale está LIDORO atado con cadena
y CHATO junto a él


VOCES: ¡Viva el sucesor de Nino!
NINIAS: De todos vuestros aplausos
hago a los cielos testigos,
que, a disgusto de mi madre,
ni los escucho ni admito.
UNO: Tú eres nuestro rey, y tú
solamente has de regirnos.
NINIAS: Y ya que una obligación
de hijo en el templo he cumplido,
dejad que acuda a las otras,
a mi madre agradecido.
CHATO: (Cuando niño no era Ninias, Aparte
a su madre parecido
tanto, aquel rostro y aquéste,
¿quién no dirá que es el mismo?)
NINIAS: Tened, no paséis de aquí.
¿Qué lástima es la que miro,
cuando del real palacio
la primera losa piso?
CHATO: (Ella es, vestida de hombre Aparte
o yo he de perder el juicio.)
NINIAS: Hombre, ¿quién eres?
LIDORO: Señor,
de la Fortuna un delirio,
un frenesí de la suerte,
de los hados un prodigio,
y del humano poder el
escarmiento más vivo.
CHATO: (Lo de un huevo a otro no es nada, Aparte
que hay huevos no parecidos;
que unos se dan a dos cuartos,
y otros se pagan a cinco.)
NINIAS: ¿Qué delito así te ha puesto?
LIDORO: Haber infeliz nacido.
NINIAS: ¿Delito es ser infeliz?
LIDORO: Y no pequeño delito.
NINIAS: Dime, ¿quién eres?
LIDORO: Lidoro,
rey de Lidia; y este aviso,
pues te coge a los umbrales
de reinar, príncipe invicto,
sírvate de algo, observando
cuerdo, atento y advertido,
que pasar de extremo a extremo
es de la Fortuna oficio.
NINIAS: ¿Tú eres el que a Babilonia
intentaste poner sitio?
LIDORO: Sí, señor, y tú y tu padre
alentasteis mis motivos.
NINIAS: Eso no entiendo ni quiero
entenderlo. Enternecido
me han dejado tus fortunas,
y aun me ha parecido indigno
que así al vencido se trate;
y si agora no te libro,
es porque no sé si tienes
más culpa que ser vencido.
Y aunque la tengas, Lidoro,
palabra doy al impíreo
coro de los dioses que hoy
no pida, a los pies rendido
de Semíramis mi madre,
en premio de que no admito
un reino, sino que tengas
la libertad que has tenido.
LIDORO: Como can estoy atado,
y así, como can me humillo,
halagándote los pies
humilde y agradecido.

Vase LIDORO


CHATO: No hará un bien sólo en librarle,
sino dos, porque no vivo,
ni como, ni bebo, ni
duermo, ni hago otro ejercicio, guardándole.
NINIAS: Pues, ¿quién eres?
CHATO: Chato, aquél que cuando niño
solía jugar con él.
NINIAS: No te había conocido.
CHATO: Yo tampoco, porque está
a su madre parecido
más que antes; todo su rostro
cortado es aqueste mismo.
NINIAS: Dime, ¿cómo estás tan viejo
y tan pobre?
CHATO: Como sirvo.
NINIAS: Yo me acordaré de ti.
CHATO: Y yo diré, Si me miro
medrado, que como hay
un diablo a otro parecido,
un ángel a otro también.

Salen LICAS y FRISO


FRISO: ¿Que salir no haya podido
de palacio, sin que todos
vean que de él me retiro
pesaroso de este aplauso?
LICAS: En tanto, príncipe invicto,
que al cuarto vas de la reina,
mi señora, te suplico
permitas besar tu mano.
LISÍAS: Licas, gran señor, ha sido
el vasallo que dio a Siria
más victorias.
NINIAS: Ya he oído
vuestro nombre, y conocemos
por vuestra persona estimo.
LICAS: Conoceréis el vasallo
que más desea serviros.
NINIAS: Alzad del suelo. ¿Un hermano
no tenéis?
LICAS: Sí, señor; Friso.
NINIAS: Pues ¿cómo, tan retirado,
no llegas a hablarme?

FRISO: Rendido
a vuestras plantas estoy.
NINIAS: Muy tarde y de espacio ha sido;
y quizá algún día veréis
que, aunque no caigo advertido
en todo, lo entiendo todo,
y uno entiendo y otro estimo.
LICAS: ¿Porqué...?
NINIAS: No hablo con vos, Licas.
FRISO: Yo quise...
NINIAS: Bien está, Friso.
¿Cuál es de mi madre el cuarto?

Salen ASTREA y LIBIA


ASTREA: Aqueste, príncipe invicto,
a cuyos umbrales yo
a besaros me anticipo
la mano.
NINIAS: Del suelo alzad;
que en mis brazos os recibo,
por deciros que el ausencia
en mí nunca engendra olvido,
porque vengo muy gustoso
a veros amante y fino.
ASTREA: Todo a mi fe lo debéis,
mas callar ahora es preciso.
NINIAS: Entraré a ver a mi madre.
LIBIA: Ella, gran señor, nos dijo
que nadie entrar se permita
dentro aunque fueseis vos mismo.
NINIAS: Si quien no fuera una dama
aqueso me hubiera dicho,
respondiera de otra suerte;
pero a vos basta deciros
que esos preceptos se entienden
con todos y no conmigo.
LISÍAS: ¡Qué prudencia!
LICAS: ¡Qué cordura!
LIBIA: ¡Qué severidad!
ASTREA: ¡Qué brío!

Vanse, y quedan FRISO y LICAS


LICAS: ¡Que hayas, Friso, procurado
el ser hoy del rey mal visto!
FRISO: No es el rey, porque hasta agora
reina Semíramis.
LICAS: Digo
que en todo mi opuesto eres.
FRISO: Si tú no lo fueras mío,
no lo fuera yo; demás
de que si hacerme he querido
mal visto de Ninias, tú
de Semíramis.
LICAS: Yo sigo
la parte de la justicia,
que Ninias es del rey hijo.
FRISO: Pues yo la de la Fortuna,
que Semíramis ha sido
quien se ha sabido hacer reina.
LICAS: Pues vamos por dos caminos,
tú verás en el fin de ellos...
FRISO: ¿Qué?
LICAS: Que es mejor el mío.
pues que lleva la razón
de su parte.
FRISO: Ése es delirio.
Ten tú razón, yo fortuna,
y verás que no te envidio.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La hija del aire, segunda parte, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud

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